ESCRITS GUANYADORS MIGUEL DE CERVANTES 2021

GRUP A (de 9 a 12 anys)

Tots els premis han quedat deserts.

GRUP B (de 13 a 14 anys)

Tots els premis han quedat deserts.

GRUP C (de 15 a 18 anys)

Els premis a la millor narració breu i a la millor poesia han quedat deserts.

PREMI ABSOLUT (poesía o narració)

Carla Tuset i Palau

(IN)SEGURIDAD

Nuevamente en casa me hallo,

sin dinero, sin trabajo;

¿por qué volar pudiéndome quedar?

¿por qué si lo tengo todo igual?

Un mercado reticente a jóvenes con visión,

pide experiencia sin ofrecer su adquisición;

a pesar de mis esfuerzos no recibo una respuesta,

¿mamá, papá, que esté en casa os molesta?

Con una vida resuelta,

a ver quién es el osado que lo intenta;

pesea a poder en la rotonda dar la vuelta,

un día la puerta ya no estará abierta.

Las opciones quedan reducidas,

¿qué puedo hacer graduado y sin tejado?

la dependencia nunca había sido una barrera;

me siento como un crío que alza la bandera.

Mi primer jefe me ha chillado,

y no he sabido encajar dicho rechazo,

pues desde bien pequeño yo todo tuve,

sin moverme de un regazo.

Por mis compañeros de piso no soy aceptado,

quieren repartir las tareas a medias,

¿pero qué sé yo de planchar o hacer la cena?

extraño mi hogar, ¿y si hago las maletas?

Poco a poco voy aprendiendo,

no sin ponerle mucho esfuerzo;

y con la paciencia de quién de mí se apiada,

como un adolescente confuso crezco.

Cuando por fin solo me mudo,

he pasado por tres trabajos arduos,

he compartido casa por dinero,

y he pasado de tener cinco años

a ser un treintañero.

GRUP D (majors de 18 anys)

PREMI ABSOLUT (poesía o narració)

Diego López Agea

SEPTIEMBRE

Abrió la agenda por el día de hoy, pero su vista fue al siguiente: Sábado 07 de septiembre. Leyó su breve anotación: 06.45h. Londres. los check in del avión: guardados en un sobre dentro de la caja azul, en el segundo cajón del escritorio. La camisa y el traje: en el ropero, en su funda. Los zapatos: en su caja, en la balda inferior. El cinturón y el reloj: en el primer cajón de la cómoda. Las libras sobrantes del último viaje: más de 100, en el sobre, junto los pasajes del avión, en la cajonera de la mesa del escritorio>>.

Durante todo ese viernes apenas habló con nadie en el trabajo. Lo normal era que en los días previos a algunos de sus rituales hablase sólo lo indispensable. Un recogimiento interior sólo perceptible para él, pues para sus compañeros seguía siendo tan reservado como cualquier otro día. Esa búsqueda de silencio e interioridad era la antesala de todos y cada uno de sus ceremoniales. Durante sus muchos años en soledad, había ido componiendo una serie de rituales distribuidos diligentemente a lo largo del año. Uno para cada mes. Algunos le ocupaban uno o varios días, otros eran cuestión de horas. Había empezado el de septiembre. Y le ocuparía todo el día de mañana.

Salió del trabajo mucho más tarde de lo habitual. Llegó a casa. Desde la entrada, con el mando a distancia, conectó el equipo de música. Empezó a sonar tenuemente el Lamento della Ninfa, de Monteverdi. Dio las dos luces bajas del salón. Al salir de la ducha fue a la cocina. Cenaba muy poco. Cualquier cosa con la condición de ensuciar lo menos posible. De la nevera sacó un racimo de uvas, queso y algo de pan. Cogió también un botellín de agua y su navaja con mago de madera. Se sentó en el sofá. De noche siempre veía la TV sin sonido. Los viernes le gustaba ver algunos combates de boxeo. La Ninfa, en la voz de Núria Rial, seguía desplegando su lamento. Ese viernes reponían un buen combate: Anthony Joshua contra Vladimir Klitschko. Dos de los mejores pesos pesados de los últimos años.

Tras las presentaciones, sonó la campana y tomaron el ring. Ambos se movían inteligentemente lanzando y encajando duros golpes. Los coros de Monteverdi acabaron de fusionarse con la luz tenue del piso. Los asaltos se sucedían uno tras otro, con la lentitud y la dureza de dos contrincantes que superaban los cien kilos de peso. En el quinto, el inglés envía a la lona al ucraniano. En el sexto éste se desquita y es el inglés quien clava la rodilla en el suelo. Pero la juventud de Joshua empieza a hacerse valer. La pelea empieza a ir mal para Klitschko. Décimo asalto. De pronto, un primer plano de la cara del ucraniano; jadeante, su boca abierta enseñaba el bucal, el pómulo derecho hinchado y amoratado, mientras su pecho se forzaba en tomar todo el aire posible. Todo él era un charco de sudor. Entonces, mientras aquel rostro sudoroso ocupaba toda la pantalla, el canto de la soprano se transformó en una invocación a los dioses. Una súplica por el dolor de Klitschko. Un canto que le hermanaba con todos aquellos troyanos que dejaron sus vidas a los pies de los soberbios muros de Troya. Daniel dejó de comer por unos instantes. Todo a su alrededor desapareció. Sólo quedaron la mirada doliente de Klitschko y el lamento de la Ninfa. Sus ojos se humedecieron por la belleza del momento. Algún dios, rencoroso y olvidado, acababa de sentenciar a Klitschko y Núria Rial lo hacía saber. El árbitro detuvo el combate en el undécimo asalto. Klitschko estaba en KO técnico. Aquella derrota significaba la pérdida del título mundial y su retirada del boxeo profesional.

Se levantó para tirar a la basura el botellín de agua, el raspón del racimo de uvas y las cortezas del queso. La navaja regresó a su cajón. Pasó agua por el plato, lo secó y guardó. El queso sobrante, regresó a la nevera. Al salir, la cocina quedó inmaculada y a oscuras. Apagó la TV, el equipo de música, las luces del salón y se fue al dormitorio. Tomó el libro de Álvaro Mutis, Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero, y se metió en la cama. Estuvo leyendo un rato hasta que notó la llegada del sueño. Dejó a Maqroll a punto de tomar el camino que había de llevarle hacia La Nieve del Almirante, el destartalado puesto de Flor Estévez, en la cordillera colombiana. Apagó la luz. Había descubierto dos claves para identificar cuándo un libro era realmente bueno: la primera era que debía animarle a escribir. La segunda era que la historia del libro apareciera en sus sueños. Embrujado por Mutis, tras más de dos años sin hacerlo, había vuelto a tomar la estilográfica. Y en lo más profundo de la noche, sus sueños le llevaban a los páramos y las vaguadas de la sierra colombiana.

A las 5.30 A.M. sonó el despertador uno. Estiró el brazo y lo apagó. Se incorporó ágilmente de la cama y se dirigió a desconectar el segundo despertador, programado para las 5.35. Tenía un día largo por delante.

Salió de la ducha y fue al ropero. Se vistió con su traje negro de cuello mao, camisa gris plomo y corbata negra de nudo pequeño. Se anudó sus zapatos, se ajustó el cinturón y se puso su reloj. Miró en el móvil la previsión del tiempo para la ciudad de Londres: temperatura media, 17 grados. Nublado y con posibles chubascos. Abrió el segundo cajón de su escritorio. En él sólo había una caja de cartón azul oscuro. Dentro había cuatro sobres perfectamente ordenados. Todos ellos tenían escritos en el borde superior, en mayúsculas limpias y claras el nombre de un mes: septiembre, octubre, noviembre y diciembre. Tomó el primer sobre: SEPTIEMBRE. En su interior estaban los billetes de avión y 198 libras esterlinas. Lo cerró y guardó en el bolsillo interior de la americana. Abrió la Moleskine, en su primera página tenía pegado un poema de Jose Mº Alvarez, Su la triste rivera de l’Acheronte. Lo leyó en voz baja ante la puerta de su casa antes de salir. El ritual de septiembre había comenzado. Guardó la libreta en el bolsillo interior izquierdo junto a su vieja Inoxcrom 77. Tomó la gabardina negra. Salió de casa y se encaminó hacia el coche. La madrugada era todavía oscura, fresca, silenciosa y agradable.

Veinticinco minutos más tarde dejaba el coche en el parking del aeropuerto de Barcelona. Los pasillos y las salas eran ya un hormiguero a pesar de la hora. Se dirigió hacia el control de accesos. De toda la gente que había en aquella cola, él era el único que viajaba sin nada de equipaje. Sobre la bandeja colocó: el cinturón, las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, la estilográfica, la cartera y el móvil. Era la más vacía de toda la cola.

Su avión salió de BCN el Prat a las 09:55, diez minutos más tarde de lo programado, debería aterrizar en Londres LCY, poco después de las 10:30. Durante todo el trayecto no despegó la vista de su libro. El mes de Junio de Maqroll se iniciaba con las siguientes líneas: “Extraño diálogo con el capitán. Lo enigmático fluye por debajo de las palabras. Por eso su transcripción resulta insuficiente. El tono de su voz, sus gestos, su manera de perderse en largos silencios, contribuyen mucho para hacer de nuestra conversación uno de esos ejercicios en donde no son las palabras las encargadas de comunicar lo que queremos, más bien sirven para lo contrario, de obstáculo y como factor de distracción. Ocultan el verdadero motivo del diálogo.”

La voz de una azafata anunció la maniobra de aterrizaje; le molestó tener que dejar la lectura en medio del capítulo. Colocó como punto de libro, el sobre de azucarillo café Saula. A menudo leía en una cafetería cercana a su casa. Le gusta el color amarillo crema de los sobres. Una hora y tres cuartos más tarde, su avión tomaba tierra en Londres LCY. Tras la cola de control de pasaportes salió a la terminal y se encaminó hacia la zona de tiendas. Su mirada buscó un asiento libre en la cafetería más cercana.

- Croissant and tea, please.

El camarero no dijo nada y se puso manos a la obra. Segundos más tarde estaba sentado en una cafetería del aeropuerto de LCY acabando el mes de Junio de Maqroll, sin ninguna prisa, envuelto en una calma exquisita. Al acabar el capítulo levantó su vista del libro. Con aquella misma calma miró a la gente que tenía a su alrededor. Vio a muchos andar apresuradamente, a parejas y familias que se reencontraban, a los que sostienen carteles con los nombres de sus pasajeros, a los que consultaban las pantallas informativas, a algunos adormilados en los grandes butacones del bar y a pilotos y azafatas llevando sus pequeñas maletas de ruedas. Colocó el Café Saula antes de las anotaciones del segundo Junio de Maqroll. Allí sentado, le pareció sentir como el resto de la humanidad fluía cargada de planes y maletas, pero sin conciencia alguna. Una vez más, se sintió como el espectador de una obra en la que debía esforzarse por descubrir su verdadero significado. El lenguaje misterioso e ininteligible de los dioses.

Durante los veinte minutos que dura el trayecto en taxi desde el aeropuerto al British Museum una lluvia fina y elegante, empezó a caer sin hacer ruido. El taxi paró en Great Russell Street. Subió la escalinata y se detuvo en el porche. Se giró unos instantes. Desde la columnata de la entrada principal contemplaba, la lluvia silenciosa, la escalinata mojada, los sonidos de la calle. Después, un año más, cruzó el umbral de su templo con la misma calma solemne de un viejo y devoto oficiante y de algún rito olvidado. Se encaminó hacia un hujier, joven, alto y con cara impasible. Frente a él sólo pronunció un nombre.

- ¿Ofelia?

El hujier lo miró sólo un segundo, sin mover un músculo de la cara. Asintió casi imperceptiblemente con la cabeza mientras giró sobre sus talones y empezó a andar. Él le seguía mientras atravesaban estancias repletas de cuadros y de visitantes.

Finalmente, el guía se detuvo en una de aquellas salas. Frente a ellos estaba Ofelia de Millais. El hujier, sin más, dio media vuelta y se marchó. Allí quedó Daniel Moreno Montes. Otro año más. Cansado y satisfecho. Derrotado y sin embargo digno. Un troyano cansado de ser troyano. Justo en la línea que separa la lucidez de la locura. Sus ojos ya no podían apartarse de la pintura. Equilibró la posición de su cuerpo. Se concentró en el recorrido de su columna, la caída de sus hombros, la alienación de sus cervicales. Su mano izquierda tomó su mano derecha y ambas descansaron, apoyadas sobre su abdomen. Durante varios minutos inspiró profundamente y exhaló el aire, muy lentamente. Sus oídos ignoraban el rumor de los visitantes. Su mirada y su mente se concentraron en el cuadro. Sus músculos empezaron a petrificarse, al tiempo que su respiración se hacía cada vez más lenta y tranquila, hasta llegar a ser imperceptible. Su cuerpo y su mente se preparaban para una larga contemplación. Finalmente, sin saber en qué preciso momento, Daniel Moreno Montes dejó este mundo. En todo el museo, en todo Londres, en el universo entero, sólo quedó la imagen de aquel cuadro y algo, vestido de negro, inmóvil y pétreo que la contemplaba.

Pasaron lentos los minutos. Él seguía sin mover ni un músculo, esperando. De pronto, un mechón de pelo pareció moverse en el agua. Entornó más los ojos, al instante percibió como, muy levemente, algunas de las ramas más próximas de la orilla, acabaron de flexionarse, llegando a rozar la superficie del río. Algunas de las flores se sumergían unos centímetros y volvían a emerger flotando y rompiendo tímidamente, la superficie del río. Empezó a captar, desde la lejanía, el mur4mullo calmado del agua. En sus ondas, una multitud de pequeños destellos se encendían y apagaban con rapidez. Ofelia se deslizaba lentamente llevada por la corriente. Sin que nada pudiese evitarlo. Flotaba su pelo, los pliegues de su vestido, las guirnaldas de flores, mientras ella se deslizaba lenta e ineludiblemente, casi como en un arrullo. Hasta que desapareció engullida por aquella maraña de vegetación. Su pelo, su rostro claro, sus delicadas manos, su mirada perdida. En el cuadro, durante unos breves instantes, sólo quedó la corriente del agua, las flores y la maleza de la orilla. Su corazón se aceleró en su carcasa de granito. En lo más profundo de su interior buscó desesperadamente su imagen. Pero sólo conseguía verse a sí mismo, solo, en todos los lugares que habían compartido juntos. En silencio, cerró sus ojos, devoto, frente al altar mayor de su dios olvidado y abandonado por todos. Invocó con un esfuerzo sobrehumano, su rostro, su voz y su hermoso pelo negro. Volvieron a pasar largos minutos. Al abrir los ojos, su frente transpiraba un sudor frío y los músculos de sus mandíbulas estaban tan contraídos que le costó desencajarlos. Pero, uno año más, allí seguía Ofelia, enajenada, inconsciente, vaciada por el dolor. Ella había vuelto, una vez más, llamada por la fe de los que han hecho de su lucha contra el olvido una forma de religión. Allí la dejaría un año más, a salvo temporalmente, flotando en las aguas del abandono.

Extenuado, con mucha lentitud, dio media vuelta, y sin detenerse en ninguna otra obra, salió del museo. Se dirigió hacia la parada de taxis más cercana y regresó al aeropuerto Londres LCY. Su vuelo tardó cuarenta y cinco minutos despegar. Aterrizó en Barcelona a las 14.40. Recogió su coche del parquin y volvió a su piso. Nada más cruzar la puerta, con el mando a distancia conectó el equipo de música, buscó la pista dos. Ahora la dulce voz de Andrea Motis llenó aquel medio día luminoso de septiembre. Se dirigió a su mesa escritorio. Abrió el tercer cajón. Sacó de su interior la pequeña caja de cartón azul, la abrió. Dentro quedaban, perfectamente colocados, uno tras otro, tres sobres blancos. Cada uno de ellos llevaba escrito a mano, en el ángulo superior derecho, con unas mayúsculas limpias y calmadas, los nombres de tres meses: OCTUBRE, NOVIEMBRE, DICIEMBRE.

PREMI MILLOR POESIA

Avelino Carbajal Geribón

MI RIO SE HA DESBORDADO

Con este poema, seguro,

expreso mis sentimientos;

por eso digo: Lo siento,

si no demuestro alegría,

pero es que en estos momentos

veo muy gris la salida.

Yo me siento como un río

de caudal irregular,

que entre los cantos rodados

acostumbra circular.

Y levanto en sus riberas

muros de fragilidad

que me ayudan cada día,

su camino controlar.

En algunas ocasiones

disminuye su caudal

y parece que se seca

en la época estival,

pero renueva sus aguas

con la llovizna otoñal.

Hoy mi río se ha salido

de su cauce natural;

tanto tiempo contenido

en muros de fragilidad.

Su cauce se ha desbordado

de tanta culpabilidad,

de nostalgias, de silencios...

de desazón corporal.

¿Por qué esta niebla no deja

vislumbrar ningún final?

¿Por qué florecen angustias

entre tanta soledad?

¿Por qué no renace el día

y calma la tempestad?

Quiero que pase la noche ,

que arrecie este temporal,

que vuelva el remanso al río,

que vea la luz brillar.

Y entre suspiro y suspiro

caigo en brazos de Morfeo

y veo al río, mi río,

llegar a ese mar eterno.

Y apunta el alba sus luces;

y el verde esmeralda, el mar;

y una esperanza, la vida

y un sosiego por lograr

para este río, mi rio

de caudal irregular.

PREMI MILLOR NARRACIÓ BREU

Laura Traveria Álvarez

INSTRUCCIONES PARA NO ABRIR LOS OJOS

Es cuando cierro los ojos que veo. He logrado diferenciar los azules de los verdes. El truco está en apretar bien los párpados y usar las pestañas como un saltamontes usa sus antenas. También he logrado ubicarme en el espacio que me rodea; cuando se me eriza el vello es que estoy apunto de chocar con una esquina; cuando me tiembla el dedo meñique, es que cerca hay una silla. Ya soy capaz de andar descalza. Ayer llamaron a la puerta y cerré los ojos. Supe que, al alzar las cejas, podía distinguir el gesto del visitante que, si no me equivoco, tenía los ojos verdes. Evidentemente, su cara era de extrañeza. Me entregó el paquete y se fue sin despedirse. Hoy he decidido cocinar. Esta tarea es de las sencillas, ya que puedo ver a través de mi nariz y he desarrollado una sensibilidad especial en las palmas de las manos para saber la temperatura adecuada y exacta a la que cocer el arroz, espesar una salsa o conseguir el rebozado perfecto. Esta tarde he salido al patio trasero, y he estado horas retirando malas hierbas del almendro y las tomateras. Fuera de casa no me desenvuelvo tan bien como querría con los ojos cerrados. Él me dice que porque nos los abro cuando estamos dando un paseo o cenando en un restaurante. Yo siempre le digo lo mismo: - No quiero que nadie vea que con los ojos del color de la piel de un ahogado y bien abiertos, soy incapaz de ver.

No hi ha entrades.
No hi ha entrades.